lunes, 8 de septiembre de 2025

Virginia Woolf y Katherine Mansfield se causan antipatía mutua en su primer encuentro


Casi al mismo tiempo que la imprenta ingresó en su vida, Virginia recibía insistentes invitaciones de lady Ottoline Morrell, a quien no veía desde su casamiento. Durante la guerra, su granja en Garsington, cerca de Oxford, se había convertido en alojamiento para los objetores de conciencia, a quienes Philip Morrell les ofrecía empleo asociado a tareas rurales. Allí, entre residentes e invitados, podía verse a Clive Bell y Lytton Strachey, al pintor Mark Gertler, a Katherine Mansfield y John Middleton Murry, a Aldous Huxley, D. H. Lawrence y a muchos jóvenes atraídos por un círculo alternativo y sospechado, puesto que desde el gobierno y otros sectores de la sociedad veían a Garsington como el refugio de espías alemanes. La cuestión tenía sus bemoles; si bien recibían atenciones constantes, los huéspedes vivían criticando a su anfitriona, pero nadie parecía tener «la fortaleza mental para dejar de ir». Ottoline ejercía sobre Virginia una fascinación contradictoria. De pronto, le parecía una sirena con mechones de cabellos dorados rojizos, «las mejillas suaves como almohadones con un encantador carmín en lo alto de los pómulos, y un cuerpo formado más como el que imagino de las sirenas y veo por primera vez». Otras veces la consideraba superficial, exagerada, y hubo momentos en los que se mostró altiva y displicente con ella. Por su parte, Leonard trataba de evitar el contacto con ese círculo, caracterizado por sostener relaciones conflictivas; lo consideraba perjudicial para la salud de Virginia y hacía lo posible por posponer cualquier visita a Garsington. Allí, el año anterior, la escritora Katherine Mansfield había halagado Fin de viaje frente a Lytton y también había expresado su deseo de que le presentaran a Virginia. Por fin, en febrero, las dos escritoras se conocieron personalmente.

El encuentro fue singular. A Virginia no le impresionó favorablemente la liberalidad sexual de la que Katherine hacía gala y la franqueza con que relataba sus aventuras, y le escribió a Vanessa diciendo que tenía una personalidad desagradable y sin escrúpulos. Por su parte, Katherine tuvo la impresión de que Virginia era una mujer delicada, cosa que no era de extrañar, puesto que por entonces se recuperaba de su larga enfermedad. Leonard, que también estuvo presente en el encuentro, retrató a Katherine Mansfield en sus memorias:
Ella […] parecía estar siempre en guardia contra un mundo que veía como hostil. […] Creo que por naturaleza era alegre, cínica, amoral, obscena, ingeniosa. Cuando la conocimos, estuvo extraordinariamente entretenida. No creo que nadie me haya hecho reír tanto como ella en esos días. Se sentaba muy tiesa en el borde de la silla o sofá y contaba en toda su extensión algún tipo de saga, sobre sus experiencias como actriz, o cómo y por qué Koteliansky aullaba como un perro en la habitación de arriba del edificio en Southampton Row.
Comenzaba una relación que, oscilando entre la atracción y el rechazo, marcó desde un principio el encuentro de las dos escritoras. Dado que sus personalidades, estilos de vida y educación diferían claramente, la admiración que se dispensaron no estuvo exenta de resquemores. De estos sentimientos contradictorios da cuenta Virginia en su diario:
Ambos podríamos desear que nuestras primeras impresiones de K. M. no fuesen que apesta como una, bueno, una civeta que fue sacada a pasear. En verdad, estoy un poco conmocionada por su ordinariez a primera vista; líneas tan duras y vulgares. Sin embargo, cuando esto se apaga, ella es tan inteligente e inescrutable que recompensa la amistad.
Si tenemos en cuenta que por entonces Katherine decía: «Los Lobos [Woolves]… son apestosos», comprobamos que la antipatía era mutua. De todas maneras, si bien se estudiaban, albergaban sospechas e incluso se referían a los olores que emanaba la otra, sus siguientes encuentros dejaron en claro que las dos tenían una idea similar acerca de lo que debía ser la escritura y encaraban su trabajo con igual intensidad y seriedad. Es así como en junio de 1917, en condiciones de reconocerlo, Katherine le escribía a Virginia: «Tome en cuenta lo extraño que es encontrar a alguien con la misma pasión por la escritura y que desea ser escrupulosamente sincera con usted».

Aunque Katherine admiraba «la extraña, tambaleante, destellante calidad de [la] mente» de Virginia, conservó sus reservas, y en agosto, poco antes de partir para un fin de semana en Asheham House, exclamaba: «Al demonio con las Bayas de Bloomsbury» (To Hell with the Blooms Berries). Como puede verse, la relación de Virginia y Katherine Mansfield estuvo plagada de desencuentros, ambivalencia, rivalidad, hostilidad y competencia. Además de que su vida y temperamento eran diferentes, se conocieron en momentos en los que Virginia resurgía de los abismos de su enfermedad y Katherine descendía a los de la suya. En 1911 había publicado En una pensión alemana, y por entonces escribía para una serie de revistas, una de las cuales editaban su pareja, John Middleton Murry, y D. H. Lawrence. La relación de Katherine y Murry no era excluyente, y entre 1914 y 1916 ambos sostuvieron una apasionada y turbulenta amistad con D. H. Lawrence y su mujer. Se decía que Lawrence contagió a Katherine la tuberculosis, y se sabe que, además, ella padecía de artritis a causa de la gonorrea que había contraído alrededor de 1910.

La escritora neozelandesa había nacido en 1888. En 1903 viajó con sus padres a Inglaterra, donde estuvo pupila en el Queen’s College de Harley Street, un colegio femenino fundado cincuenta años antes. Allí conoció a su amiga y compañera de toda la vida, Ida Baker. Si bien en 1906 regresó con su familia a Wellington, Katherine convenció a sus padres para que le permitieran volver a Londres en 1908. Allí vivió una serie de amoríos con mujeres y con hombres hasta que —⁠embarazada de un joven de diecinueve años⁠— se casó con un profesor de canto llamado G. C. Bowden, apenas dos semanas después de conocerlo. Llamativamente, Katherine abandonó a su marido la misma noche de su boda, sin consumar el matrimonio. Por entonces su madre llegó a Londres y, en un intento de ocultar su estado y encauzarla, viajó con ella a Alemania y la internó en Bad Wörishofen, un centro de salud donde Katherine perdió su embarazo. La relación con su familia se resintió, y eliminada del testamento de su madre, Katherine comenzó a dedicarse a la escritura. Publicaron sus primeros relatos en 1909, y ya era reconocida en Londres cuando, en 1911, apareció su primer libro de cuentos, En una pensión alemana. A fines de ese año conoció a John Middleton Murry, con quien inició una relación amorosa larga y accidentada, que además de problemas económicos constantes y de aventuras editoriales desastrosas, incluía la tormentosa amistad con el escritor D. H. Lawrence y su mujer Frieda. La liberalidad sexual de Katherine, sus amantes, un casamiento seguido de separación y luego la convivencia con John Middleton sumaban experiencias que Virginia estaba lejos de compartir. En el momento en que se conocieron, la tuberculosis de Katherine ya avanzaba y sufría los efectos de la gonorrea. Los padecimientos físicos, además de su carácter duro y difícil, no la convertían en una persona fácil de frecuentar, y Virginia nunca pudo superar sus prevenciones. Situaciones que involucraron a Clive —⁠él acusó a Virginia de contarle a Katherine cosas desfavorables que había dicho sobre ella⁠—, los chismes de Garsington y la misma actitud de Katherine no facilitaban la relación. La duplicidad se acentuaba, ambas hacían comentarios desagradables e incisivos a espaldas de la otra, y cuando se veían, las actitudes variaban del entusiasmo a la cautela. A pesar de ello, la relación estimuló y mantuvo en vilo a Virginia hasta 1920. Es así como, después de la muerte de Katherine, extrañó su juicio crítico, sus conversaciones literarias y no faltó ocasión en que conmemorara, como si se tratara de un fantasma, «esa extraña aparición con la mirada perdida y rictus en los labios, arrastrándose por la habitación».


IRENE CHIKIAR BAUER, Virginia Woolf, la vida por escrito, Taurus, 2015, traducción de Marta P. de la Sota.