Virginia Woolf, en su infancia y adolescencia, fue víctima del deseo sexual de sus hermanastros. Aquello también la marcó profundamente y quizá fue el origen de una cierta frigidez, frente a la libido exaltada de Djuna, y de un matrimonio casi blanco, sin hijos, y su amistad especialmente íntima con algunas mujeres.
Djuna Barnes fue bisexual. Es difícil componer su larga lista de amantes, la mayoría hombres, y aunque se la tildó de homosexual, Djuna repitió hasta la saciedad que "nunca fui lesbiana, sólo amé a Thelma Wood". Se refería a una escultora de Missouri con la que mantuvo una larga, apasionada y tormentosa relación y a la que conoció cuando ya una veintena de hombres, o quizá más, habían sido sus amantes. Trasunto de Wood es Robin Vote, personaje de su casi legendaria novela El bosque de la noche. A Thelma está dedicada también Ryder, esa "obscena y burlona crónica isabelina de la familia Barnes".
Djuna tenía a la abuela Zadel como sustituto de la madre, que inclinó su afecto a los hijos varones; Virginia perdió tempranamente a la suya y la fue buscando en el amor de su hermana Vanessa, de Violet Dickinson, Vita Sackville-West, Ethel Smith... También se ha hablado y escrito mucho del lesbianismo de Virginia. Tal vez, parafraseando a Djuna Barnes, hubiera podido haber dicho: "Nunca fui lesbiana, sólo amé a Vita Sackville-West".
La inestabilidad mental, siempre me he resistido a llamarla locura, mejor acaso sus profundas depresiones, más intensas en la Woolf que en Djuna Barnes, podría ser otro punto de contacto entre estas dos escritoras a las que también tanto separaba: el alcoholismo de Djuna, su pobreza constante, exceptuando alguna etapa de esplendor económico, su belleza distinta...
Desde muy joven, la depresión fue casi el permanente estado de ánimo de Djuna que, al igual que Virginia, protagonizó varios intentos de suicidio. Sabido es que esta última acabó con su vida sumergiéndose en las aguas del río Ouse, cercano a su casa de Rodmell, con los bolsillos llenos de piedras, tomando todas las precauciones para no fallar una vez más. Djuna Barnes utilizaba toda clase de pastillas que tenía a mano, y "resucitó" más de una vez, y se alegró de volver a la vida. Una vida que afortunadamente fue larga, pues murió, como hemos dicho, a los noventa años.
ANA MARÍA NAVALES, Mujeres de palabra, SIAL, Madrid, 2006, págs. 97 y 98.