Sinclair Lewis no es el único creador de seres vivos que tenemos entre los novelistas modernos, pero yo le he escogido como símbolo porque la línea que sigue —aunque corre el peligro de convertirse en rodada— me parece genuina. En su búsqueda de materiales ha seguido el consejo de Goethe y ha hundido su mano en las profundidades de la naturaleza humana y creo que el mayor error de los jóvenes novelistas, de cualquier escuela, ha sido imaginar que los personajes anormales o excesivamente dotados ofrecen un campo más rico que las variedades normales y corrientes. Emily Brontë era una mujer de genio, pero si hubiera vivido más y hubiera tenido más contacto con la realidad habría conseguido sacar de la vida cotidiana en la parroquia de Haworth un libro más profundo y conmovedor de lo que lo hizo retratando una casa de locos. Dostoievski, en El idiota, también abordó el estudio de personajes anormales, pero los mezcló con otros normales, como suele hacer la vida. Y precisamente así fue como demostró que su principal interés para el lector radicaba no tanto en su caso particular sino en sus reacciones trágicas y destructivas hacia lo normal. Y los lectores que, a pesar de la admiración que sienten por Cumbres borrascosas a veces encuentran dificultad en separar a Heathcliff de Earnshaw y a una Catherine de la otra, no olvidarán fácilmente la presencia viva del príncipe Mishkin y su extraña vigilia con el asesino junto al cadáver de Nastasia.
EDITH WHARTON, Criticar ficción, Páginas de espuma, 2012, Madrid, traducción de Amelia Pérez de Villar, págs. 75 y 76.
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