martes, 30 de septiembre de 2025

Nin sobre Henry Miller


Henry es como un animal mítico. Su estilo es llamativo, torrencial, caótico, traicionero, peligroso. Nuestra época necesita violencia. Me gusta la firmeza de su estilo de escritor, esa horrible fuerza, destructiva, valiente, catártica. Esa extraña mezcla de adoración por la vida, entusiasmo, interés apasionado por todo, energía, exuberancia, risa y repentinas tormentas destructoras. Me desconcierta. Todo lo lanza lejos y a estallidos: la hipocresía, el miedo, la mezquindad y la falsedad. Es una afirmación del instinto. Emplea la primera persona, nombres reales; repudia el orden, la forma y hasta la ficción misma. Escribe con la falta de coordinación con que sentimos, a varios niveles al mismo tiempo.

Siempre he creído en la libertad de André Breton para escribir como uno piensa, con el orden y el desorden con que uno piensa y siente, para ensartar sensaciones y correlaciones absurdas de hechos e imágenes, para confiar en los nuevos ámbitos a que todo eso nos conduce. “El culto de lo maravilloso”. También el culto de la primacía del inconsciente, el culto del misterio, la huida de la falsa lógica. El culto del inconsciente tal como lo proclamó Rimbaud. No es locura. Es un esfuerzo por trascender la rigidez y los esquematismos creados por la mente racional.

En Henry hay una extraña mezcla de todo esto. Un libro, una persona, una idea, pueden fácilmente arrastrarle. Es un músico y un pintor.


ANAÏS NIN, Diario I (1931-1934), Bruguera, Barcelona, 1981, traducción de Enrique Hegewicz, pág. 24.