HOMBRES
CANCIÓN DE ODIO
Odio
a los Hombres;
me
sacan de quicio.
I
Están
los Pensadores Serios:
debería existir una ley contra
ellos.
Ven la vida, como a través de gafas con montura de
carey, de color oscuro.
Siempre los ves pasándose la mano
cansada
por el pálido ceño.
Hablan sobre la
Humanidad
como si acabaran de inventarla:
tienen que estar
todo el tiempo ayudándola a seguir adelante.
Se deleitan con
las huelgas
y eternamente están organizando peticiones.
Están
haciendo una cosa maravillosa para el Gran Populacho:
están
viviendo allá abajo entre ellos.
Apenas si pueden esperar
a
que Las
masas llegue
a los quioscos,
y leen todas aquellas novelas rusas...
Los
superventas del sexo.
II
Están
los Trogloditas:
los Especímenes de la Virilidad de Sangre
Roja.
Comen todo muy poco hecho,
no salen apenas de sus
baños fríos,
y quieren que todos toquen sus músculos.
Hablan
en voz muy alta,
usando palabras cortas y anglosajonas.
Van
por allí abriendo ventanas,
y dan palmadas en la espalda de las
personas,
y les dicen que lo que les hace falta es
ejercicio.
Siempre están a punto de ir andando hasta San
Francisco,
o de cruzar el océano en velero
o de atravesar
Rusia en trineo...
¡Ruego a Dios que lo hagan!
III
Y
luego están las Almas Sensibles
que se dedican al diseñor de
interiores, por amor al Arte.
Siempre huelen ligeramente a
vainilla
y echan gotas de sándalo a sus
cigarrillos.
Constantemente se encuentran organizando bailes de
disfraces
para poder ir
de algo sacado de Las
mil y una noches.
Dan
tés en sus estudios
donde la gente se sienta sobre cojines
y
desea no haber asistido.
Miran a una mujer con languidez, con
los ojos entrecerrados,
y le dicen, con tono suave y
apasionado,
cómo se habría de vestir.
El color lo es todo
para ellos... todo;
un tono de violeta incorrecto
les
provoca una crisis nerviosa.
IV
Luego
están los
que están Totalmente Inmersos En El Crimen.
Te
cuentan que no han dormido
las últimas cuatro
noches.
Frecuentan esas obras
en que las únicas frases
buenas
son las del coro.
Van tambaleándose de un cabaret a
otro,
y te dan cifras exactas de sus deudas de juego.
Aluden
oscuramente al papel terrible
que el alcohol desempeña en su
vida.
Y luego menean la cabeza
y dicen que corresponde al
Cielo decidir qué va a ser de ellos...
¡Ojalá fuera yo el
cielo!
Odio
a los hombres;
me
sacan de quicio.
DOROTHY PARKER, Los "versos de odio", Los poemas perdidos, Nórdica Libros, Madrid, 2013, traducción de Guillermo López Gallego y Cecilia Ross, págs. 298-303.