Que Virginia Woolf es una maravillosa novelista, todo el mundo lo sabe; pero no siempre somos conscientes de que esta maravillosa novelista es también una maravillosa cuentista, diarista, autobiógrafa y ensayista. La calidad de sus ensayos (en el sentido inglés, que incluye los artículos), como los que ocupan estas páginas, es evidente: por algo se han traducido a tantas lenguas, por algo se siguen editando. Pero ¿en qué consiste, exactamente?, ¿cuál es su secreto? Yo creo que es doble. Por una parte, el impecable razonamiento que los sostiene, tan cartesiano, tan bien trabado; por otra, la engañosa suavidad de su envoltorio. ¡Qué estilo tan natural, tan sencillo! ¡Qué elegante ironía! ¡Qué tono coloquial pero mundano, como de charla en un salón!... La frase que mejor define, para mí, los ensayos de Virginia Woolf, es la famosa imagen con que Bernadotte (un militar francés convertido, en 1818, en rey de Suecia) explicaba cómo había que gobernar a los franceses: «Una mano de hierro en un guante de terciopelo».
Argumentación de hierro, estilo de terciopelo. Tan extraordinario es el contraste, que a la misma Woolf le llamaba la atención, y así lo explica en Momentos de vida, su autobiografía inacabada y póstuma: "Cuando leo mis antiguos artículos en el Literary Supplement y observo su suavidad, su cortesía, su enfoque indirecto, le echo la culpa a mi entrenamiento para servir el té. Me veo a mí misma, no criticando un libro, sino ofreciendo bandejas con dulces a tímidos jovencitos y preguntándoles si quieren leche y azúcar".
LAURA FREIXAS, fragmento del prólogo a Las mujeres y la literatura, de Virginia Woolf, La Dragona, 2019, pág. 9.
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